jueves, 17 de mayo de 2012

Nuestra Señora del Santísimo Sacramento y la comunión plenamente confiada, tranquila y jubilosa


Plinio Corrêa de Oliveira
Santo del día[1] del 17 de mayo de 1969
[Nota: Las siguientes reflexiones se pueden aplicar perfectamente para una comunión espiritual en el caso en que no sea posible la comunión sacramental]
Hoy [17 de mayo] es la fiesta de nuestra Señora del Santísimo Sacramento y también es la fiesta de nuestra Señora Reina de los Apóstoles.
Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, iglesia de S. Claudio, Roma
Estamos en la novena del Espíritu Santo y en la novena de nuestra Señora Auxiliadora.
Considero conveniente detener particularmente nuestra atención en esa invocación de nuestra Señora del Santísimo Sacramento, es decir, nuestra Señora considerada especialmente en sus relaciones con el Santísimo Sacramento.
Como no puedo hacer un Santo del Día (*) largo, procuraré esquematizar, para que quepa lo más posible de materia dentro del poco tiempo disponible.
Pongo para que consideremos, los siguientes puntos:
1 – Una de las mayores gracias que el género humano recibió fue la institución de la Sagrada Eucaristía, o sea, la presencia real de nuestro Señor Jesucristo en todos los sagrarios de la tierra, hasta el fin del mundo.
Para que midamos la importancia de esa gracia, basta que consideremos cómo consideraríamos magnífico el favor de, súbitamente, tener a nuestro Señor visible ante nosotros… Consideraríamos, con toda razón, que una eternidad no bastaría para agradecer una tal merced.
Sin embargo, nuestro Señor no está visible, pero está tan real en el santísimo sacramento cuanto estuviese visible. Por ahí podemos medir un poco la importancia de esa gracia.
2 – La importancia de la gracia de la comunión no es apenas las presencia del Él en el Santísimo Sacramento, también es la presencia de Él en nosotros.
3 – En el orden de los valores, el supremo, el mayor de todos es la santa misa que es la renovación incruenta del sacrificio del Calvario, y que está vinculada a la Eucaristía. No habría Misa sin Eucaristía.
Todas esas gracias, si las recibimos, vienen por los ruegos de María, porque todas las gracias vienen por medio de Ella. De manera que esos favores insondables los debemos a nuestra Señora. Ella es quien obtuvo el Santísimo Sacramento para el género humano.
4 – Todas las gracias que nuestro Señor distribuye en el Santísimo Sacramento, Él las distribuye por el pedido de Ella. Si ella no pidiese, no se obtendría.
5 – La única criatura humana que presta al Santísimo Sacramento un culto enteramente digno es nuestra Señora. Las otras criaturas humanas algún defecto siempre tienen, que macula el alcance de ese culto. Por el contrario, nuestra Señora presta un culto perfecto.
6 – Nuestra Señora conoce todos los lugares de la tierra donde está el Santísimo Sacramento, y Ella, desde lo alto del cielo, está adorando continuamente las Sagradas Especias en todas partes. Donde las Sagradas Especies son debidamente adoradas, ahí Ella ofrece un culto jubiloso. Cuando son tratadas con indiferencia o hasta con blasfemia o sacrilegio, Ella ahí ofrece un culto reparador.
La devoción del Santísimo Sacramento en cada alma es una gracia, luego es un fruto de Ella. Por Ella es que somos devotos del Santísimo Sacramento. 
El modo de comulgar de un verdadero esclavo de María 
¿Qué uso debemos hacer de los puntos antes numerados?
Cada uno de ellos es un tema para la meditación, que nos debe ayudar a comulgar como San Luis María Grignion de Montfort quiere.
Todas nuestras comuniones son actos de culto a nuestro Señor Jesucristo, pero con María, por María, en María.
Entonces, dadas todas esas relaciones que nuestra Señora tiene con el Santísimo Sacramento, deben prepararnos para la comunión con el auxilio de Ella. ¿Qué quiere decir eso? Pedir a Ella que venga a nuestra alma, que disponga nuestra alma y que diga por nosotros a nuestro Señor todo cuanto Ella diría si estuviese comulgando.
Debemos recibir la Eucaristía junto con Ella. ¿Qué significa eso concretamente? Pedir con que Ella esté como que a la entrada de nuestra alma para recibir a nuestro Señor, y que, en nuestra alma, preste los actos de culto a Él. Los actos de culto, como sabemos, son cuatro: adoración, acción de gracias, reparación y petición de las gracias que necesitemos. Entonces, pedir que Ella haga todo eso en unión con nosotros.
Decir a nuestro Señor en la comunión, por ejemplo, lo siguiente: “Mi Dios, vos encontrasteis vuestro paraíso estando en María durante la concepción de Ella. ¡Cómo es inferior la acogida que yo os doy! Ten, por tanto, en consideración que, en espíritu, vuestra Madre está presente en mí, dispensándoos una acogida incomparable. Recibid, así, con benignidad, mis pobres actos de culto, enriquecidos por pasar a través de Ella, a fin de llegar a vos”.
De este modo, nuestra piedad eucarística se vuelve enteramente marial, enteramente embebida del espíritu, del modo de la devoción de San Luis María Grignion de Montfort. Este es el modo de comulgar de un esclavo de María. Y evita que, a respecto de la comunión, se caiga en dos errores: la idea de la inaccesibilidad de Dios y la falta de respeto para con Él. 
La comunión hecha en unión con nuestra Señora es plenamente confiada y jubilosa
Porque nuestro Señor Jesucristo es Dios, quiere decir, Él es tan infinitamente santo, que no hay ninguna proporción posible entre nosotros y Él bajo de ningún punto de vista.
Entonces, si se tiene apenas este aspecto en consideración, se va a comulgar y se corre el riesgo de hacerlo de modo avergonzado, casi deprimido.
Si se tiene en vista que nuestra Señora está en nosotros espiritualmente ―no realmente como está Él― se comulga alegre, porque, a pesar de ser lo que somos, Ella está ahí.
Les doy un ejemplo: imaginen un mendigo que va a recibir la visita del mayor rey de la tierra. Él no tiene nada que ofrecerle, pero consigue que la reina madre esté ahí para recibirlo. El mendigo queda tranquilo. La recepción de él fue excelente, no le falta nada si la reina madre está en la entrada de la cabaña y dice al rey: “Hijo mío, yo quise honrar esta casa con mi presencia. Esta casa es mía. Entrad…”.
El dueño de caso no tiene otra cosa sino sonreír, regocijarse, transbordar de alegría porque la recepción está a la altura del rey. Es hecha por la madre de Él, no hay nada más que decir.
Entonces, la comunión es plenamente confiada, plenamente tranquila, alegre y jubilosa.
La gente debe comulgar con el alma así. Sin timidez, sin desconcierto. Y así es, porque si cada uno de nosotros pensara en ese momento apenas lo que lleva consigo… ¡Dios mío! ¡Qué desastre!... Pero ahí está nuestra Señora, ¡se acabó! ¡Qué tranquilidad, alegría, paz de alma, esperanza para todo! 
La devoción a nuestra Señora pone en equilibrio todos los problemas que pueden perjudicar nuestra comunión 
Así se evita también la falta de respeto que tendría, por ejemplo, un mendigo a quien el rey fuese a visitar todos los días. Nunca el mendigo tiene nada para ofrecer al rey. En el “tantésimo” día, él le dice al rey: “¿Queréis saber una cosa? Siéntese aquí y conversemos, porque yo no tengo siquiera nada que ofreceros, no puedo nada. Si vos quisisteis venir aquí, la realidad es esa. Aquí está mi te viejo para ofrecerle, y mi tasa rota. No tengo otra cosa. Consecuencia: falta de respeto…
Entonces, la devoción a nuestra Señora no solo quita la vergüenza, la desconfianza, sino también la rutina, la falta de respeto. Por lo tanto, equilibra la situación. Se comprende quién es a quien estamos recibiendo.
Hay, por lo tanto, una especie de equilibrio de la piedad eucarística simplemente magnifica, por la conjunción de la mayor de las veneraciones, una veneración que se llama adoración, de un lado. Pero también la mayor de las ternuras. Puedo tomarme con relación a Él las libertades más afectuosas, porque ha sido recibido por la Madre de Él.
Todos deberíamos, habitualmente, comulgar con ese estado de espíritu, tomando, cada día, por ejemplo, uno de esos puntos para meditar durante la comunión.
Decir: “Mi Madre, yo os debo la institución de la Sagrada Eucaristía. Todo el género humano os debe esta institución. Ayudadme a agradecerle a vuestro divino Hijo, venid a mi alma”. Al recibirlo, darle a Él las gracias por ello.
Creo que es un método enteramente válido para la comunión, y así se pueden evitar esas comuniones en que las personas tienen la impresión de que no saben qué decir a Dios, como dos viejos amigos que se encuentran todos los días y que ya no tienen mucho que decirse uno al otro…
Siempre tenemos cosas nuevas para decirle a nuestro Señor. Es cuestión de profundizar esos horizontes.
Que nuestra Señora del Santísimo Sacramento, que es nuestra Señora en cuanto relacionada con todos esos títulos al Santísimo Sacramento, nos conceda a todos esa gracia tan preciosa de una piedad eucarística en unión con Ella.


[1] Los Santos del Día eran unas breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.

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