domingo, 25 de noviembre de 2012

Santa Catalina de Alejandría y la seriedad


Plinio Corrêa de Oliveira
Santo del día[i], 24 de noviembre de 1965

Hoy es la fiesta de San Juan de la Cruz, confesor y doctor de la Iglesia, reformador de la Orden del Carmelo, siglo XVI (en el actual calendario la fiesta se celebra en el día 14 de diciembre). Mañana será la fiesta de Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir.

Sobre la muerte de Santa Catalina, el Abad Daras, en la “Vida de los Santos”, tiene la siguiente narración:

“Maximiliano, emperador, ordenó la muerte de Santa Catalina. Ella fue llevada al lugar del suplicio en medio de una multitud, sobre todo de mujeres de alta condición, que lloraban su suerte. La virgen caminaba con gran calma. Antes de morir, hizo la siguiente oración: ‘Señor Jesucristo, mi Dios, os agradezco que hayáis
afirmado mis pies sobre la roca de la fe y dirigido mis pasos en la vía de la salvación. Abrid ahora vuestros brazos heridos sobre la cruz, para recibir mi alma, que yo sacrifico a la gloria de vuestro nombre. Acordaos, Señor, que somos hechos de carne y sangre. Perdonad mis faltas que cometí por ignorancia y llevaos mi alma en la sangre que voy a derramar por vos. No dejéis mi cuerpo, martirizado por vuestro amor, en poder de los que me odian. Bajad vuestra mirada sobre este pueblo y dadle el conocimiento de la verdad. Finalmente, Señor, exaltad en vuestra infinita misericordia a aquellos que os invocarán por mi intermedio, para que vuestro nombre sea para siempre bendito’.

”En seguida mandó que los soldados cumpliesen la orden, y su cabeza fue decapitada de un solo golpe. Era el día 25 de noviembre. Luego se constataron numerosos milagros. Los ángeles, como ella lo deseaba, transportador su cuerpo para la santa montaña del Sinaí, para que reposara donde Dios escribió su Ley sobre la piedra, que ella guardaba tan fielmente escrita en su corazón”.

Sta. Catalina de Alejandría e San Juan Bautista, por Fra Angélico
Retablo de Perugia (panel direto) - c. 1437 - Galleria Nazionale dell'Umbria, Perugia
Este extracto es de una tal elevación que casi lamento tener que comentarlo. Quedaría más satisfecho dejando así el texto brillando en el cielo, en el horizonte, suspendido, sin apoyo en ninguna realidad, emitiendo sus luces. Pero puesto que me piden que lo comente, vamos a los pormenores.

“Ella fue llevada al lugar del suplicio en medio de una multitud, sobre todo de mujeres de alta condición, que lloraban su suerte”.

Si los Sres. piensan lo que son las señoras de alta condición que encabezan las extravagancias de hoy en día, verán cómo la situación ha cambiado. Y cuánto aún tiene de posibilidades un país donde las señoras de alta condición acompañan, al lugar del suplicio, solidarizando con ella, llorando junto a ella, una mártir que fue fulminada por la cólera del emperador. Un emperador omnipotente, que puede mandar a matar a todos aquellos que les desagrade alguna actitud de él. Entre tanto, esas damas van todas, con Santa Catalina, y van llorando.

Lo bonito, para ver la diversidad de los dones del Espíritu Santo y de los efectos de la gracia, es que ellas van llorando y está bien que ellas vayan llorando. Pero contrasta, por la sublimidad, con eso, con ese don de las lágrimas que las mujeres tuvieron en ese momento, el hecho de que Santa Catalina no lloraba. Ella permanecía tranquila, y con gran calma. Ella caminaba al encuentro de la muerte, inundada de gracias del Espíritu Santo de otra naturaleza, por donde ella no lloraba para sí aquello que la gracia quería que las otras llorasen para ella. Y cómo debería ser impresionante ese cortejo de damas, andando, en medio de los soldados, y ella en el medio, la única calmada, aconsejando a todas que tuviesen tranquilidad, que tuviesen consolación, hasta llegar al momento en que ella debería morir.

Ahí, en el fin de la vida, ella hace una oración. Esa oración es muy bonita y tiene aquella forma especial de belleza que tienen ciertas cosas muy bonitas cuando no son enteramente consecuentes en su lógica. Son un conjunto de afirmaciones, como rayos de luz que proceden de un mismo foco, pero que brillan con una belleza propia en el horizonte. Entonces, los Sres. ven aquí la idea de ella:

“Señor Jesucristo, mi Dios”…

… es para afirmar que Él era el Dios de ella y que ella no reconocía otro Dios sino Él. entonces, la primera cosa que ella dice, en el momento de morir, la primera gracia, la primera palabra, el primer pensamiento de ella es para esa primera gracia:

“… os agradezco que hayáis afirmado mis pies sobre la roca de la fe y dirigido mis pasos en la vía de la salvación”.

Quiere decir, os agradezco poder padecer por vos. Vos que sois la fuente de mi salvación, vos que sois el punto de partida de todo el bien que puede haber en mí, vos que, si yo soy buena, es porque vos sois bueno y porque vos me disteis el ser buena: yo os agradezco la fe que me diste y la firmeza que me dais al morir en el amor a la virtud. Eso es lo primero que os agradezco, reconociendo que todo lo que en mí hay, a vuestra iniciativa lo debo.

“Abrid ahora vuestros brazos heridos sobre la cruz, para recibir mi alma, que yo sacrifico a la gloria de vuestro nombre”.

¿Puede haber una cosa más bella que eso? El divino crucificado, con los brazos todos sangrando, que los desprende de la cruz para recibir el alma de ella que sale también inundada de la sangre del martirio, para ser recibida por Él. ¡Qué maravillosa intimidad! ¡Qué grandioso es el encuentro del Mártir de los mártires con una mártir heroica! ¡Qué idea de la sangre de ella mezclándose a la sangre infinitamente preciosa de nuestro Señor Jesucristo! ¡Qué noción del Cuerpo Místico de Cristo hay en eso! ¡Qué sacratísima y augusta intimidad con nuestro Señor! Ella tenia de tal manera la idea de que el alma de ella estaba unida a Él, que la muerte sellaba esa unión, que ella pedía que Él la abrazase, luego que ella entrase en la eternidad. ¡Qué certeza de ir para el cielo!

Después dice:

“Acordaos, Señor, que somos hechos de carne y sangre. Perdonad mis faltas que cometí por ignorancia y llevaos mi alma en la sangre que voy a derramar por vos”.

Es decir, ella tenía miedo de, por ignorancia, haber cometido alguna falta: era lo que ella tenia para acusarse. Entonces, lavad mi alma en vuestra sangre. Andes de ir para el cielo, antes de derramar mi sangre por vos, yo quiero que vos lavéis mi alma en vuestra sangre.

“Perdonad mis faltas que cometí por ignorancia y llevaos mi alma en la sangre que voy a derramar por vos. No dejéis mi cuerpo, martirizado por vuestro amor, en poder de los que me odian. Bajad vuestra mirada sobre este pueblo…”

Ahora otro pensamiento. Ella, después de haber pensado en su alma ―pide que sea recibida por nuestro Señor, que sea lavada de las faltas que tenía― piensa en el cuerpo de ella. Entonces, pide que el cuerpo de ella no sea dejado en manos de los enemigos de ella, de aquellos que la odian porque lo odian a Él.

¡Vean qué respeto por el cuerpo propio! ¡Qué respeto por la santidad del cuerpo que fue uno con nosotros en la realización de la virtud! También, ¡qué atención magnífica de esa oración! Bastó que ella muriese, que los ángeles vinieron y se llevaron su cuerpo. ¿Para dónde? Para la montaña más augusta que hay en la tierra, después del Gólgota, después del monte Calvario, y que es el Sinaí, donde la Ley de Dios fue dada a los hombres. La cosa más bella del Sinaí es, ciertamente, la Ley de Dios, y para allá fue llevado su cuerpo. Los Sres. saben que hasta hoy el cuerpo de ella está allá, y hay un monasterio de monjas contemplativas, en el desierto del Sinaí, que guardan ese cuerpo, y que meditan sobre la Ley de Dios que allí fue dada a los hombres.

“Bajad vuestra mirada sobre este pueblo y dadle el conocimiento de la verdad”.

Ella ya no piensa en sí, sino en los circundantes.

“Finalmente, Señor, exaltad en vuestra infinita misericordia a aquellos que os invocarán por mi intermedio, para que vuestro nombre sea para siempre bendito”.

Ella pide desde ese momento a Dios que atienda a todo el mundo que por medio de ella pide alguna cosa.

”En seguida mandó que los soldados cumpliesen la orden, y su cabeza fue decapitada de un solo golpe. Era el día 25 de noviembre”.

¡La calma y la resolución¡ Hecha la oración, ningún temor, ningún deseo de contemporizar un poco. También ninguna precipitación de quien tiene miedo de enfrentar la muerte corriendo en dirección a ella. No, ella dice todo cuanto tiene que decir. Y terminado eso, ella se entrega a las manos de Dios. Los soldados la matan y la oración de ella se atiende.

“Era el día 25 de noviembre.  Luego se constataron numerosos milagros”.

Habla de los ángeles que fueron para allá. Y así tenemos las consideraciones de esa gran santa, mártir, para algún efecto de carácter espiritual en nosotros.

¿Cuál es el efecto que debemos pedir? Debemos pedir a ella que si, en la lucha ideológica contra el comunismo, contra los adversarios de la Iglesia, tuviéremos que sufrir riesgos, o tal vez perder la vida, tengamos la serenidad delante de la muerte que sólo la gracia da.

Porque delante de la muerte sólo hay dos especies de personas serenas: el cretino o el hombre movido por la gracia de Dios. La muerte es una cosa tan tremenda ―la separación entre el alma y el cuerpo, la liquidación del ser, el aparente hundirse en la nada―, que se comprende la serenidad delante de la muerte o del cretino que está crónicamente habituado a no medir la importancia de que va a ocurrir, o entonces del hombre que está dominado por la gracia.

Vamos a pedir, pues, que en todas las ocasiones de la vida, tengamos esa calma delante del riesgo; y calma que sea llevada hasta el sacrificio extremo, caso esa sea la voluntad de nuestra Señora.


Los ángeles, como ella lo deseaba, transportador su cuerpo para la santa montaña del Sinaí, para que reposara donde Dios escribió su Ley sobre la piedra, que ella guardaba tan fielmente escrita en su corazón”.

El presente texto es una adaptación resumida de la transcripción de la grabación de una conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, no ha sido revisada por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviese vivo, ciertamente pediría que se colocase explícita mención de su filial disposición a rectificar cualquier discrepancia en relación al magisterio de la Iglesia. Es lo que referimos aquí, con sus propias palabras:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial celo a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Si, por lapso, ocurra que algo no está conforme a aquella enseñanza, desde ya la rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que les da el Prof. Plínio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición fue publicada en el Nº 100 de "Catolicismo", en abril de 1959.


[i] Los santos del día eran unas breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.

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